Cultivos transgénicos en América Latina
“Cuando viajé por última vez a
Argentina, después de no haber estado allí desde hace 4 años, noté un cambio en las posturas de mis
amigos respecto al medioambiente y la política actual.
Un tema que parecía conmoverles de modo especial es un tema que hace tiempo está
presente en los medios de comunicación y las redes sociales, también aquí en
Alemania: la lucha en contra de las plantas transgénicas, especialmente en
contra de la empresa Monsanto.” (Charlotte K.)
“Esta tecnología es la oportunidad
para el mundo para incrementar fuertemente los rendimientos agrícolas.“ ¡Qué
bien que suena! ¿Cuál podría ser la tecnología salvadora de la que habló
Verónica Caride, funcionaria del Ministerio de Agricultura de Argentina, en la
Feria Agrícola y de la Alimentación en Berlín en enero de este año? ¿Una
tecnología que aumenta las cosechas del mundo para alimentar mejor a sus
habitantes? La funcionaria argentina se
refiere a la tecnología de ingeniería
genética en la agricultura, cuyos productos son conocidos como transgénicos u organismos genéticamente modificados.
“Nuestro país está en condiciones de
aumentar en forma sustentable su producción, que ofrece al mundo“ y “estamos
trabajando para desarrollar esta tecnología” aseguró también la misma Sra. Caride. Aunque esto suene bastante prometedor, hay
una fuerte discusión sobre el tema: mientras científicos, empresarios y
agricultores a favor de las plantas manipuladas hablan de un aumento de la
productividad agrícola a nivel mundial, los opositores de los trangénicos temen
una fuerte influencia negativa sobre el medioambiente, una reducción de la
biodiversidad en las zonas agrícolas y un elevado riesgo de salud , tanto para los consumidores como también
para los agricultores.
Sobre todo en los países latinoamericanos
hay una tendencia clara que apuesta por las semillas transgénicas. Aparte de
que se subvenciona mucho la tecnología transgénica desde los años 90, los
campesinos encuentran atractiva la idea de no tener que comprar muchos
pesticidas, porque las semillas son supuestamente immunes contra los parásitos
dañinos para las cosechas. Pero ¿es tan fácil la cuestión?
En Argentina, por ejemplo, predominan
las semillas genéticamente modificadas, las que ya suponen más del 80% de las
plantaciones agrícolas del país. Es una tendencia preocupante. En Brasil es más
aún, y, hablando en general, hay un sólo país en América Latina, Perú, que
todavía no ha permitido el uso de semillas transgénicas en sus tierras.
Aunque también algo se sabe sobre el
tema en Alemania, quizás uno no se da cuenta de su importancia a nivel mundial.
Solo porque aquí no tenemos la necesidad urgente de hacer algo en contra, porque
simplemente se rechazó políticamente la introducción de trangénicos en la
agricultura alemana, no hay que ser indiferentes al tema y es bueno mantenerse
informado. Es algo que tiene que importar a todos. ¿Quién no conoce el dicho en
alemán “du bist was du isst” (eres lo
que comes) ?
Empezando por el principio: ¿qué es
realmente una planta o semilla transgénica? ¿Cuáles son los posibles problemas,
cuáles las supuestas ventajas de una agricultura dominada por tales productos?
Y ¿por qué pone en riesgo la salud de muchas personas, sean los
pobladores/agricultores de las regiones afectadas o los consumidores de los
productos finales? Todo eso se discutirá en nuestro ensayo para darles una idea
respecto a la situación actual.
Los organismos modificados
genéticamente, o transgénicos, son organismos cuyos genes han sido modificados
mediante técnicas de ingeniería genética.
Es decir, se trata de organismos cuyo material genético ha sido manipulado artificialmente a través de
un intercambio de genes entre diferentes
especies. A diferencia de los organismos
híbridos, producidos mediante técnicas convencionales
de cruces entre especies iguales y/o
similares sin modificación del material
genético, los transgénicos son el
resultado de modificaciones en la cadena cromosómica misma de un organismo, es
decir, se trata de cambios en el ADN de un organismo con genes de otras especies.
La mayor parte de este tipo de
modificación artificial se ha efectuado
en plantas destinadas a la alimentación,
experimentando, por ejemplo, con la introducción de genes de peces en
papas y fresas, con el objetivo de
aumentar la resistencia al frío, o
también agregando material genético de
bacterias y virus a diversas especies para
que sirvan como vehículos de infección a los organismos receptores, con el fin
de transmitir toxicidad a insectos
considerados dañinos para los cultivos.
Los organismos modificados
genéticamente dejan los laboratorios y entran por primera vez en la agricultura
comercial a mediados de la década de los 90 en Estados Unidos, tras la previa aprobación de la comercialización
para el consumo masivo del tomate “Flav
Savr”, el primer alimento modificado a
través de la tecnología de la ingeniería
genética, marcando así el inicio a la incorporación de los cultivos
transgénicos en la producción agrícola mundial. Desde
entonces, esta técnica agrícola ha experimentado una rasante difusión, pasando de 1,7 millones de
hectáreas cultivadas en 1996 a 175,2
millones de hectáreas en la actualidad, un área que corresponde a alrededor del 12 % de la totalidad de las áreas cultivadas mundialmente, según los
informes de la FAO, la Organización de
las Naciones Unidas para la Alimentación y la
Agricultura.
Mientras en Europa, a excepción de
España y Portugal, los cultivos trangénicos no alcanzan niveles significativos,
la adopción de este tipo de cultivo se ha difundido rápidamente en el
continente americano, alcanzando
actualmente altos niveles de expansión en Latinoamérica, región que ocupa el
segundo lugar de producción según el
área de cultivos transgénicos: tras EE. UU. con 70,1 millones
de hectáreas cultivadas con semillas transgénicas , se encuentran Brasil y
Argentina con 40,3 y 24,4 millones de hectáreas respectivamente.
Entre los los diez países que concentran
la mayor parte de áreas sembradas con
variedades transgénicas se encuentran también Paraguay y Uruguay con 3,6 y 1,5 millones de hectáreas
cada uno. En menor grado, también se cultivan especies transgénicas en el resto
de los países latinoamericanos, a excepción de Perú que el año 2011 estableció una
moratoria de 10 años para el ingreso y la producción de organismos vivos
modificados.
La producción agrícola de
transgénicos en Latinoamérica se concentra principalmente en el cultivo de los tres productos
soja, maíz y algodón y su
comercialización se encuentra en manos de pocas multinacionales, entre las
cuales merece especial mención la
empresa estadounidense Monsanto, la mayor productora mundial de semillas
transgénicas y propietaria de más del
90% de las patentes de semillas
trangénicas a nivel mundial.
Prácticamente en todos los países
latinoamericanos se ha legislado o se
está legislando al respecto
mediante leyes para
organismos y alimentos genéticamente modificados, las cuales son conocidas mayoritariamente como “leyes de semillas” o
también como “ley Monsanto”. Su
tramitación ha derivado en una polémica discusión entre los diversos sectores
involucrados, poniendo en duda la efectividad de este tipo de tecnología
agrícola y convirtiendo en tema central
los posibles efectos sobre el
medioambiente y a la biodiversidad, tratando las semillas como patrimonio cultural y campesino que merece especial protección por
parte de las leyes tanto nacionales como
internacionales. Las reacciones a los diversos proyectos de ley han alcanzado un alto nivel de participación
ciudadana y podrían significar un
vuelco de las posturas gubernamentales
hasta ahora vigentes. A modo de
ejemplo, se puede mencionar el
proyecto de Ley de Semillas presentado en Chile por el primer gobierno de
Michelle Bachelet el año 2009, el cual otogaba
facilidades a las empresas multinacionales para la apropiación de semillas locales y ponía en
peligro el uso de semillas propias por
parte del campesinado. Tras una
aprobación inicial por el parlamento
en primer trámite en el año 2010, durante el gobierno de Sebastián
Piñera, el proyecto de ley fue recientemente retirado, a pocos días de comenzar el segundo gobierno encabezado
por Michelle Bachelet.
Las consecuencias económicas y
sociales del uso de transgénicos tienen implicaciones significativas en varios
sectores de la agricultura. Primero, cambia la situación jurídica, por ejemplo
en cuanto a la propiedad y sobre todo las patentes de las semillas, como fue
mencionado anteriormente. Además, el uso
de transgénicos va acompañando por el crecimiento de pocas pero grandes empresas,
con un alto porcentaje de participación y poder de mercado, como es en el caso de
Monsanto. Los opositores de la ingeniería genética temen que esto pueda llevar
a la disminución de agricultores y productores más pequeños, mientras las
empresas grandes podrían alcanzar posiciones casi monopolistas. Por lo
contrario, los partidarios esperan una mejor productividad y un mayor rendimiento
utilizando semillas transgénicas. Hay varios estudios que examinan hasta qué
grado este argumento corresponde con la realidad.
Los argumentos más importantes en
favor del uso de semillas transgénicas son las ventajas de producción y el
aumento de la productividad. Una ventaja incuestionable de las plantas
transgénicas es su resistencia contra algunos parásitos, la planificabilidad y
la seguridad de cosechas frecuentes, debido
a una lucha antiparasitaria más eficaz.
Por eso, por ejemplo, el maíz transgénico Mon810 fue aceptado por muchos agricultores
de varios países, aunque hoy en día la autorización de cultivo de este tipo ha
sido revocada en varios países, como lo fue por ejemplo en Alemania. Para los partidarios de los
cultivos trangénicos sería un hecho que
el uso de transgénicos conlleva ventajas
de producción.
Sin embargo, no hay ningún estudio
oficial que pueda verificar que con el uso de transgénicos la productividad
aumente. Según el informe agrícola oficial por encargo del Banco Mundial y de
las Naciones Unidas, en promedio no ha
habido un aumento de la productividad. Hay regiones en las que con el uso de
transgénicos se puede ver un aumento, pero en otras regiones se registra un
disminuición de las cosechas.
Aparte de esto, un gran problema
económico del uso de transgénicos consiste en la coexistencia de plantaciones
que utilizan semillas transgénicas y otras que no. Son problemas no solo en
cuanto a la calidad del alimento, sino significan sobre todo consecuencias y
cargas económicas para conservar la producción libre del uso de transgénicos.
Un ejemplo es la apicultura: como cada enjambre recoje el polen en un área de
aproximadamente 30 km², hay muchas zonas que están enterecruzadas con
territorios donde se usan trangénicos. Entonces, muchos colmeneros se ven obligados a hacer pruebas caras para
garantizar así productos no
transgénicos. Estos gastos adicionales comprometen la rentabilidad y la
existencia de los agricultores y también en otros sectores.
Aparte de este hecho, la
agroindustria trangénica también causa otros gastos y deterioros
macroeconómicos. Algunos ejemplos son varios escándalos de contaminación de grandes
empresas conectadas a nivel mundial,
como por ejemplo el grupo 'Bayer' con el arroz transgénico LL601. De este tipo,
una línea no autorizada, se encontró una
alta concentración entre las semillas para
el mercado estadounidense. Hasta hoy los gastos ascienden a 1.500.000.000 euros.
Lo mismo pasó con el maiz 'Starlink', que solo había sido autorizado como pienso compuesto para alimento de
animales pero ha sido encontrado en
semillas y varios alimentos para el consumo humano.
En cuanto a los factores económicos,
también existen diferencias grandes entre los países. Mientras en América
Latina, sobre todo en Argentina y Brasil, y en los EE.UU se exige una
relajación de las restricciones de importación de la UE, en Europa,
especialmente en Alemania, se rechaza la ingeniería genética. Los productores
de América Latina y EE.UU, que trabajan principalmente con semillas trangénicas,
se sienten perjudicados de una forma
injustificada, desde su punto de vista, en cuanto al acceso al mercado europeo.
En general, se puede afirmar que la producción con el uso de transgénicos
conlleva más gastos que ventajas financieras. Aparte de eso, también hay
regiones con tierras de alta calidad para el cultivo agrario que logran un alto
rendimiento sin la aplicación de las
nuevas tecnologías y donde sería mejor
renunciar a los cultivos transgénicos,
ya que con métodos convencionales se alcanza también una alta productividad. Con el aumento del
uso de transgénicos, también aumentan las dificultades de cultivar la tierra de
otra forma.
Resulta un hecho que, aparte de los
riesgos de salud y de cuestiones éticas, el uso de transgénicos también
conlleva desventajas económicas para la agricultura. Es dificil generalizar las
consecuencias también por las diferencias entre las economías y las leyes de
los países productores y consumidores. Al fin y al cabo, el uso de transgénicos
no es una forma de agricultura de bajo costo. Encontrar un camino para producir
económica y ecológicamente es un desafío global.
Como algunos ya sabrán, la
diferencia entre los alimentos convencionales y la comida genéticamente
manipulada es grande y no puede ser saludable para los seres humanos. La
configuración exacta de vitaminas, proteínas y nutrientes en las plantas hizo
posible la vida de los animales y humanos en este planeta. No es posible imitar
artificialmente algo tan complejo. Esto también significa que es más dificil
para el cuerpo digerir e incorporar organismos modificados genéticamente. Es un
hecho que las verdaduras y frutas manipuladas tienen veinte veces menos nutrientes que las de la naturaleza,
con lo que el cuerpo sufre una debilitación del sistema inmune que causa
enfermedades. Cientificos suponen que la comida genéticamente manipulada puede
producir cáncer, infertilidad, alergias y otras enfermedades.
Argentina es un país donde un 80 %
de los productos alimenticios han sido
genéticamente manipulados y allí se han detectado en la población un
gran número de enfermedades como cáncer o leucemia. Especialmente en los
terrenos dedicados al cultivo de la soja
mucha gente jóven se enferma. Aunque no hay estadísticas oficiales del número
de fallecimientos relacionados al cultivo de transgénicos, es un hecho
preocupante que una de cinco personas que mueren en Argentina mueran de cáncer.
El grupo Monsanto no solo es productor de semillas genéticamente manipuladas,
sino también del herbicida Roundup, producido a base de glifosato, un
herbicida del cual científicos sospechan
que causa celiaquía y otras enfermedades ya mencionadas.
“Como consumidores sabemos que estos
cultivos tienen desventajas para la salud y para la biodiversidad en los países
en donde se cultivan y no queremos apoyar este desarrollo. No queremos esos
cultivos en Europa, ni queremos importarlos", dijo la experta en
biotecnología y bioética alemana Hedwig Emmering en el marco de la Feria
Agrícola y de la Alimentación en Berlín.
Una declaración comprensible,
considerando que: la tecnología genética no solo pone en riesgo la salud de los
consumidores sino también la de los agricultores y sus familias. Además de
debilitar las tierras trabajadas con semillas transgénicas, es un peligro para
la biodiversidad en general. La
creciente necesidad de tierras agrícolas por la industrialización de la
agricultura en América Latina provoca una fuerte deforestación en zonas todavía
vírgenes, como por ejemplo en la selva brasileña. Estos daños son irreparables
para la naturaleza.
Aparte de esto, es muy difícil en
zonas de mayor uso de semillas genéticamente modificadas garantizar que éstas
no se crucen con las plantaciones no modificadas y así garantizar productos
libres de tecnología genética. Una evolución negativa es también el aumento de
poder de pocas empresas multinacionales, como Monsanto, lo que va a la par con
una mayor dependencia de los productores pequeños de tales empresas. Además es
problemática la situación del mercado mundial: mientras en EE. UU. y América
Latina se fomenta fuertemente la tecnología genética, en Europa la población y
la política están en contra de los productos transgénicos. La
consecuencia es una desnivelación de las exportaciones e importaciones
agrícolas en todo el mundo, algo que tampoco es justo.
Aunque pareciera no influir en nuestra
vida diaria en Alemania, sería bueno preguntarse, quizás la próxima vez que
estamos disfrutando de un jugoso pedazo de carne argentina, bajo qué condiciones han sido elaborados
nuestros alimentos. ¿Podemos aceptar el uso de soja transgénica por la cual se
deforestean miles de hectáreas de bosque en Brasil? ¿O ser indiferentes frente
a un campesino uruguayo que tuvo que dejar de plantar su soja como siempre lo
ha hecho y cambiar sus semillas por las que le vende una empresa grande?
La tecnología genética no solo es un
riesgo difícil de calcular para la salud de los consumidores, sino también para
la de los agricultores y sus familias, lo que se refleja en el incremento de los casos de cáncer en
las zonas agrícolas. Se necesitan estudios
independientes y objetivos sobre los efectos sobre la salud y el medioambiente
para poder juzgar y entender la situación, y no aceptar declaraciones dudosas
de parte de quienes se lucran con esta tecnología.
Fuentes:
Dünckmann, Florian: Krieg in den Dörfern und auf den
Feldern; publicado en Geographische
Rundschau 2/2011, p. 12 – 18
Usi, Eva: Argentina presenta en
Berlín polémica apuesta por agroindustria transgénica; publicado el 20/1/14 en
http://www.dw.de/argentina-presenta-en-berl%C3%ADn-polémica-apuesta-por-agroindustria-transgénica/a-17374307
(fecha: 11/6/14)
www.genfrei-gehen.de (fecha:
10/6/14)
www.leyesdesemillas.com (fecha
15.6.14)
Alicia Bárcena, Jorge Katz, César
Morales, Marianne Schaper: Los transgénicos en América latina y el Caribe, un
debate abierto; Comisión Económica para América Latina y el Caribe; Santiago de
Chile, junio de 2004
Deutschlandradio Wissen: Gen-Soja, Die Teufelsbohne;
publicado en
http://dradiowissen.de/beitrag/gen-soja-krebsrate-in-anbaugebieten-auff%C3%A4llig-hoch
por
Sonia Hagen
Anna Gœrnemann
Larissa Rueter
Charlotte Koch
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