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martes, 2 de julio de 2013

México


En 2004, un grupo de varios despachos de abogados y organizaciones de defensa de los derechos de los inmigrantes se dedicó a sacar a la luz la situación de la explotación de una minoría en Estados Unidos. Su motivo era que se sumaran a una demanda colectiva para querellarse contra las cadenas de supermercados que se aprovechaban de esta minoría. Querían llamar la atención sobre las malas condiciones bajo las que trabajaban los inmigrantes. Su objetivo era conseguir que los inmigrantes fueran indemnizados. Concretamente querían dar a conocer la situación de miles de trabajadores mexicanos sin papeles que limpiaban los supermercados en California. Los trabajadores tenían largas jornadas de trabajo. No cobraban ni el salario mínimo, no les pagaban las horas extras, ni se les permitía hacer los correspondiente descansos. Pero esto no es nada nuevo, los inmigrantes siempre han aceptado trabajos que nadie quiere bajo condiciones discutibles. Como “compensación” no reciben ni tan siquiera lo mínimo que recibiría un empleado estadounidense por el mismo trabajo.

Los trabajadores mexicanos sin papeles forman una parte esencial e imprescindible de la sociedad estadounidense. Sin sus contribuciones, el estado y la sociedad estadounidense colapsaría. Al mismo tiempo, la propia sociedad que depende del trabajo de esta minoría no le permite formar parte de ella. Los inmigrantes merecen tener los mismos derechos laborales y la misma protección legal que cualquier otra persona.

Esta minoría supone más del 90% de los trabajadores que limpien los supermercados en California cada noche. Es un servicio esencial para poder abrir los supermercados cada mañana. Gracias a su trabajo, cualquier ciudadano puede hacer algo tan rutinario como la compra. Si los mexicanos no aceptaran este tipo de trabajos, sería imposible encontrar a ningún estadounidense dispuesto a realizar ese tipo de trabajo. Es decir, la sociedad se aprovecha de la mano de obra baratos y depende enormemente de ellos. El desarrollo normal de la vida diaria está basada en su trabajo. Si la sociedad depende de ellos, estos deberían formar parte de esta sociedad y, como parte esencial de la misma, deberían tener los mismos derechos y deberes que cualquier otra miembro de ésta. Así, los trabajadores que reiteradamente son explotados merecen una compensación. Han trabajado sin recibir el salario mínimo, sin pago de horas extras, sin descansos y sin seguro durante años.

Pero no es ninguna coincidencia que los sin papeles limpien supermercados. Las grandes cadenas han elaborado un esquema sencillo pero muy eficaz para explotar a los más débiles. El supermercado contrata a un contratista, el más barato, para que le provea de trabajadores. Este contratista contrata a otros subcontratistas, también los más baratos, para que consigan a gente. Cada actor en este sistema intenta ahorrar dinero buscando la opción más barata. Como consecuencia, los trabajadores reciben el salario más bajo posible, el cuál se suele pagar en efectivo o cheque. Así, el supermercado obtiene más ganancias porque no tiene que pagar ni seguro médico, ni prestaciones y puede alegar que no es responsable de los trabajadores. Al mismo tiempo evita sus obligaciones legales respeto a los salarios de los trabajadores de la limpieza y las prestaciones. El truco consiste en contratar trabajadores de limpieza indirectamente a través de subcontratistas, pero sin perder nunca el control del trabajo. Esto no sólo es de dudosa legalidad, sino moralmente indignante.

Este tipo de explotación puede llegar a poner en peligro la vida del trabajador. Trabajan con productos químicos sin ningún tipo de protección, las largas jornadas de trabajo pueden provocar que se duerman al volante… Pero si se lesionan o tienen algún accidente, no reciben ningún tipo de asistencia médica.

Esta situación parece siempre lejana y que uno nunca se verá en estas condiciones. En un mundo donde prima el aparentar y el mostrar todo lo que uno posee, la gente no se para a pensar en la persona que está limpiando el pasillo del supermercado en el que hace la compra. En una sociedad cada vez más egoísta, es necesario llamar la atención sobre este tipo de temas. Lo primero que debemos ver es la persona y olvidarnos de los rasgos que tenga, el color de piel y el idioma que hable. El ser humano se diferencia de los animales en que es capaz de ser empático. Si el ser humano puede ponerse en el lugar del otro, debería sentir la desolación, la soledad y la tristeza de la persona que se encuentra en un país extraño, lejos de su familia e incapaz de comunicarse con el resto.


El ser humano reacciona con miedo a lo que no conoce y, al fin y al cabo, los inmigrantes son gente diferente. Deberíamos ser capaces de esforzarnos por conocer culturas diferentes. Sólo así se comprenderá y respetará al otro.

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