En 2004, un grupo de varios despachos de abogados y organizaciones de
defensa de los derechos de los inmigrantes se dedicó a sacar a la
luz la situación de la explotación de una minoría en Estados
Unidos. Su motivo era que se sumaran a una demanda colectiva para
querellarse contra las cadenas de supermercados que se aprovechaban
de esta minoría. Querían llamar la atención sobre las malas
condiciones bajo las que trabajaban los inmigrantes. Su objetivo era
conseguir que los inmigrantes fueran indemnizados. Concretamente
querían dar a conocer la situación de miles de trabajadores
mexicanos sin papeles que limpiaban los supermercados en California.
Los trabajadores tenían largas jornadas de trabajo. No cobraban ni
el salario mínimo, no les pagaban las horas extras, ni se les
permitía hacer los correspondiente descansos. Pero esto no es nada
nuevo, los inmigrantes siempre han aceptado trabajos que nadie quiere
bajo condiciones discutibles. Como “compensación” no reciben ni
tan siquiera lo mínimo que recibiría un empleado estadounidense por
el mismo trabajo.
Los
trabajadores mexicanos sin papeles forman una parte esencial e
imprescindible de la sociedad estadounidense. Sin sus contribuciones,
el estado y la sociedad estadounidense colapsaría. Al mismo tiempo,
la propia sociedad que depende del trabajo de esta minoría no le
permite formar parte de ella. Los inmigrantes merecen tener los
mismos derechos laborales y la misma protección legal que cualquier
otra persona.
Esta
minoría supone más del 90% de los trabajadores que limpien los
supermercados en California cada noche. Es un servicio esencial para
poder abrir los supermercados cada mañana. Gracias a su trabajo,
cualquier ciudadano puede hacer algo tan rutinario como la compra. Si
los mexicanos no aceptaran este tipo de trabajos, sería imposible
encontrar a ningún estadounidense dispuesto a realizar ese tipo de
trabajo. Es decir, la sociedad se aprovecha de la mano de obra
baratos y depende enormemente de ellos. El desarrollo normal de la
vida diaria está basada en su trabajo. Si la sociedad depende de
ellos, estos deberían formar parte de esta sociedad y, como parte
esencial de la misma, deberían tener los mismos derechos y deberes
que cualquier otra miembro de ésta. Así, los trabajadores que
reiteradamente son explotados merecen una compensación. Han
trabajado sin recibir el salario mínimo, sin pago de horas extras,
sin descansos y sin seguro durante años.
Pero
no es ninguna coincidencia que los sin papeles limpien supermercados.
Las grandes cadenas han elaborado un esquema sencillo pero muy eficaz
para explotar a los más débiles. El supermercado contrata a un
contratista, el más barato, para que le provea de trabajadores. Este
contratista contrata a otros subcontratistas, también los más
baratos, para que consigan a gente. Cada actor en este sistema
intenta ahorrar dinero buscando la opción más barata. Como
consecuencia, los trabajadores reciben el salario más bajo posible,
el cuál se suele pagar en efectivo o cheque. Así, el supermercado
obtiene más ganancias porque no tiene que pagar ni seguro médico,
ni prestaciones y puede alegar que no es responsable de los
trabajadores. Al mismo tiempo evita sus obligaciones legales respeto
a los salarios de los trabajadores de la limpieza y las prestaciones.
El truco consiste en contratar trabajadores de limpieza
indirectamente a través de subcontratistas, pero sin perder nunca el
control del trabajo. Esto no sólo es de dudosa legalidad, sino
moralmente indignante.
Este
tipo de explotación puede llegar a poner en peligro la vida del
trabajador. Trabajan con productos químicos sin ningún tipo de
protección, las largas jornadas de trabajo pueden provocar que se
duerman al volante… Pero si se lesionan o tienen algún accidente,
no reciben ningún tipo de asistencia médica.
Esta
situación parece siempre lejana y que uno nunca se verá en estas
condiciones. En un mundo donde prima el aparentar y el mostrar todo
lo que uno posee, la gente no se para a pensar en la persona que está
limpiando el pasillo del supermercado en el que hace la compra. En
una sociedad cada vez más egoísta, es necesario llamar la atención
sobre este tipo de temas. Lo primero que debemos ver es la persona y
olvidarnos de los rasgos que tenga, el color de piel y el idioma que
hable. El ser humano se diferencia de los animales en que es capaz de
ser empático. Si el ser humano puede ponerse en el lugar del otro,
debería sentir la desolación, la soledad y la tristeza de la
persona que se encuentra en un país extraño, lejos de su familia e
incapaz de comunicarse con el resto.
El ser
humano reacciona con miedo a lo que no conoce y, al fin y al cabo,
los inmigrantes son gente diferente. Deberíamos ser capaces de
esforzarnos por conocer culturas diferentes. Sólo así se
comprenderá y respetará al otro.
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